DOS PIEZAS Y UNA PINTORA
Muchas veces no hace falta visitar una
exposición para hablar de la obra de un pintor, como tampoco
realizar una visita a su estudio, y recibir una exhaustiva
explicación del artista, sino conocer su trayectoria y encontrarse
con un par de obras, como es el caso que comento, y descubrir sus
derroteros últimos.
Hace poco me mostraron dos piezas de
la pintora inglesa Maureen
Lucia Booth,
afincada desde
hace más de cincuenta años en Pinos del Valle, Granada. En ellas
descubrí la auténtica alma creativa de la pintora, cuando tras una
vida dedicada a investigar las distintas formas de expresión
plástica, sean grabados, óleos, acuarelas o collages, pinta porque
sí, por pura expansión sensitiva, plasmación del inmenso mundo
fantástico que su imaginación encierra.
Los artistas auténticos crean porque
quieren narrar la realidad tal y como la perciben, más allá de la
mera descripción sometida a la comprensión lógica, traspasando el
horizonte de lo que la común mirada alcanza, penetrando en la luz
invisible del halo que da consistencia a la existencia. Esto lo
consiguen cuando disfrutan en sus momentos lúdicos con la Pintura,
no digo trabajan, porque el oficio es para ellos un hábito, una
forma de ser, sentir y vivir.
En las dos piezas comentadas me
encuentro con un estilo particular, continuador de formas clásicas
de la pintura figurativa, en las que se observa con claridad las
huellas del estilo personal de la artista, su sensibilidad, su
variación progresiva hacia una perspectiva original de comprender la
realidad.
Una de las piezas es un bodegón,
estructurada como tal, pero es el juego de colores inducidos los que
definen el universo significativo de la composición. Tras una pátina
ajada, reflejo del tiempo que todo lo cubre, recrea la pintora un
torbellino ordenado de colores, donde los claros de su paleta,
dorados y verdosos, circundan el centro del cesto frutal, más la
contribución del fondo, donde deposita pesadas pinceladas oscuras,
intensas, misteriosas. Logra crear una diálogo entre la etereidad de
la periferia y la densidad del núcleo del cuadro, libertad y
sujeción, realidad luminosa y misterio oculto a su imperio, vida
exultante y futuro sin definir. Es una auténtica imagen metafísica
expresada en un sencillo bodegón, muestra de la habilidad plástica
de la autora. Habilidad que supera la transcripción figurativa, la
reproducción fácil de un motivo determinado, para utilizarlo como
soporte de una representación cromática, que sola pudiera ser una
obra abstracta.
Acompaña esta pieza, otra más
evanescente, dos árboles huesudos que sobresalen de un grisáceo
paisaje neblinoso, delicadeza lírica y dureza de la existencia,
induciendo la pintora a comprender que tras la plenitud solar del
estío, el frio nos dejará ateridos, inmersos en un mundo sin
contornos, feliz, delicado, sumidos en la atmósfera poética de los
recuerdos.
Maureen
Lucia Booth es una artista, más granadina que británica, de gran
significado en los últimos decenios de nuestra actualidad plástica,
no por el volumen de sus exposiciones, ni sus participaciones en
cenáculos de influencia, sino por la valía de su obra, el trabajo
paciente y silencioso que lleva a cabo, incorporando una visión
artística a la vida de los que la rodean, divulgando la sensibilidad
por la creación plástica. Merece ser reconocida entre los dignos de
recordar de nuestros pintores recientes.
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