VÍSPERAS DE DIFUNTOS
La historia de fantasmas y aparecidos
hunde sus raíces en la tradición de todas las culturas. En el mundo
clásico encontramos numerosos relatos sobre apariciones espectrales,
caso de Numenio de Apamea, como también Plutarco, en su obra
“Farsalia”, o Apuleyo, en el “Asno de Oro”, quienes
distinguieron en estas presencias fantasmales a espíritus
benefactores, ángeles, o malignos, daimones.
Otros autores del clasicismo, que
relatan encuentros con espíritus de difuntos, son Homero, en la
“Odisea”, Luciano de Samosata en “La Casa Encantada”, “La
Amante fantasma” de Proclo, o “La lamia de Corinto” de
Filóstrato.
Plutarco, como posteriormente
Tertuliano, diferenciaban distintos tipos de entes aparecidos, siendo
unos los espectros, otros los fantasmas. Además, Plutarco hablaba de
“sombras”. Incluso ambos ponen en duda que procedan del
inframundo de los difuntos, sino que pueden ser espíritus malignos o
elaboraciones ficticias de la mente.
Los fantasmas que se aparecen son casi
todos daimones, pudiendo hacerlo en cualquier época o momento del
día, pero la mayoría de las narraciones, sobre su presencia en este
mundo, coinciden que lo hacen en las horas de la madrugada más
oscura, siendo la época del año más propicia las semanas finales
de octubre y primeras de noviembre. La noche de Difuntos es el
momento, según la tradición, más álgido para su retorno a este
mundo. Aunque para los romanos, como los germanos, otra época
propicia era la noche del treinta de abril, así como todo el mes de
mayo.
En la Antigüedad, los difuntos
aparecidos necesitaban una libación de sangre para poder hacerse
presentes. Homero lo recoge en “La Odisea”, cuando Ulises
desciende al Hades, y Tiresias conversa con la madre del héroe de
Ítaca. Es frecuente la aparición de espectros, sombras o fantasmas
en los campos de batalla, o épocas violentas. Más que sangre
absorben energía vital, fuerza anímica de los vivos, dejando a
éstos sumidos en la enfermedad. Los espíritus, como los dioses,
exigen sangre o sacrificios, para hacerse presentes.
Aristóteles decía que el alma está
constituida por una parte vegetativa, otra animal, y la parte
superior, inmortal y divina, llamada “nous”. Es por lo que podría
distinguirse la sombra como impregnación, y apariencia informe, sin
inteligencia; los espectros, con figura definida, reflejo del alma
animal, sin memoria y consciencia existencial, que repiten conductas
de forma mecánica, sin interaccionar con el entorno; y los
fantasmas, nous perdidos entre las dos realidades, que interaccionan,
afectando de forma intencionada a los vivos.
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