martes, 30 de octubre de 2018

EL MONTE DE LAS ÁNIMAS


Se acerca la noche de los Santos, es una buena lectura los cuentos de Bécquer.

EL MONTE DE LAS ÁNIMAS


Gustavo Adolfo Bécquer



El Triunfo de la Muerte detalle del carro Pieter Bruegel el Viejo. Museo del Prado









La noche de difuntos me despertó, a no sé qué hora, el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.


Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca, y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato, me decidí a escribirla, como, en efecto, lo hice.


Yo no la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza, con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche.


Sea de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas.


I



-Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas.


-¡Tan pronto!


-A ser otro día no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.


-¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?


-No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua; yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré la historia.


Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a bastante distancia.


Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:


«Ese monte que hoy llaman de las Ánimas pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla, que así hubieran sabido solos defenderla como solos la conquistaron.


»Entre los caballeros de la nueva y poderosa orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos.


»Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres; los lobos, a quienes se quiso exterminar, tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey; el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte, y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.


»Desde entonces dicen que, cuando llega la noche de Difuntos, se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche».


La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporársele los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.
- II -

Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor, iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.


Sólo dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso. Beatriz seguía con los ojos, absortos en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.


Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.


Las dueñas referían, a propósito de la noche de Difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel, y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.


-Hermosa prima -exclamó al fin Alonso rompiendo el largo silencio en que se encontraban-: pronto vamos a separarnos, tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío.


Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia; todo su carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.


-Tal vez por la pompa de la corte francesa, donde hasta aquí has vivido -se apresuró a añadir el joven-. De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte... Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada: mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?


-No sé en el tuyo -contestó la hermosa-, pero en mi país, una prenda recibida compromete la voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo..., que aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías.


El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven, que después de serenarse dijo con tristeza:


-Lo sé prima; pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo entre todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?


Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.


Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volviose a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos, y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste y monótono doblar de las campanas.


Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a anudarse de este modo:


-Y antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? -dijo él, clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.


-¿Por qué no? -exclamó ésta, llevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre los pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro... Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:


-¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?


-Sí.


- Pues... ¡se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.


-¡Se ha perdido! ¿Y dónde? -preguntó Alonso, incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.


-No sé...; en el monte acaso.


-¡En el Monte de las Ánimas -murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial-, ¡en el Monte de las Ánimas!


Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda:


-Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendientes, he llevado a esta diversión imagen de la guerra todos los bríos de mi juventud, todo el ardor hereditario en mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir el peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; esta noche..., esta noche, ¿a qué ocultarlo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas...; ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento, sin que se sepa adónde.


Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó, con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña arrojando chispas de mil colores:


-¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de Difuntos, y cuajado el camino de lobos!


Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía; movido como por un resorte, se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza, y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:


-¡Adiós Beatriz, adiós! Hasta... pronto.


-¡Alonso, Alonso! -dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso, o aparentó querer, detenerle, el joven había desaparecido.


A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho, que coloreó sus mejillas, prestó atento oído a aquel rumor, que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último.


Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón, y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.
- III -
Había pasado una hora, dos, tres; la media roche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho.


-¡Habrá tenido miedo! -exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la iglesia consagra en el día de Difuntos a los que ya no existen.


Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.


Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído, a par de ellas, pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz apagada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.


-Será el viento -dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.


Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden; éstas con un ruido sordo y suave; aquéllas con un lamento largo y crispador. Después, silencio; un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi no se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota, no obstante, en la oscuridad.


Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar; nada, silencio.


Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas direcciones; y cuando, dilatándose, las fijaba en un punto, nada; oscuridad, las sombras impenetrables.


-¡Bah! -exclamó, yendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada, de raso azul, del lecho-. ¿Soy yo tan miedosa como estas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura, al oír una conseja de aparecidos?


Y cerrando los ojos intentó dormir...; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse, más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría escondió la cabeza y contuvo el aliento.


El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblaban tristemente por las ánimas de los difuntos.


Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora; vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal decoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto, sangrienta y desgarrada, la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.


Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca, blancos los labios, rígidos los miembros: muerta, ¡muerta de horror!
- IV -
Dicen que después de acaecido este suceso un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las Ánimas y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletos de los antiguos Templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla, levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y caballeros sobre osamentas de corceles perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada que, con los pies desnudos y sangrientos y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.


No te escaparás. Francisco de Goya



miércoles, 24 de octubre de 2018

JOSÉ MANUEL PEÑA MUESTRA SU OBRA EN SANTIAGO COLLADO

EL PINTOR INSISTE Y SUGIERE
 
Autor: José Manuel Peña. Título: La luz del agua. Lugar: Espacio de Arte Santiago Collado. Fecha: Hasta el 25 de octubre.

Persigue la luz el pintor, intentando atrapar su esencia cuando ésta nada en las aguas, abriendo sus tonos para expandirse en su seno, explotando los azules, violáceos, verdes esmeraldas, dorados apagados, en su caótico desplazamiento, en plena colisión cromática vibrante.
José Manuel Peña insiste en su prolífico trabajo plástico, variando técnicas, acercándose al concepto último del color, intentando comprender la influencia que ejerce cuando es visualizado. El artista no abandona su fijación por la exuberancia cromática, combinando gamas de distinta intensidad de forma armónica, cuyo orden rítmico se oculta en el fluir danzante que simula movimiento azaroso. Juega con la abstracción, extrayendo de la realidad la imagen intrascendente y pasajera, fruto del instante fenecido, el cual ha seducido la mirada del artista, trasladándolo hacia espacios de mágica contemplación, sensaciones líricas expresadas por una grafía de colores, centrada en las bellas sensaciones que produce.
Sea con un soporte u otro, variando los materiales, José Manuel Peña insiste en descifrar el enigma de la luz, su forma de expresarse, el misterio que sugiere cuando descubre la materia en el rastro de su camino. Insiste, insiste y sugiere, mostrando un resultado tangible, sólido y atractivo, alejado de propuestas quiméricas y sin sustancia, música intelectual que no tiene asidero, propuestas teóricas para academicistas del arte que quieren ser emergentes, pero cuya liviandad en sus trabajos los aboca al olvido. Mientras, este creador persiste en su idea del color, como buen representante de un grupo de pintores de gran calidad y producción constatable, procedente de la vanguardia de los setenta y ochenta. Sus obras constituyen la respuesta a su presencia artística, dominan las tonalidades, las técnicas de representación plástica, y poseen un ingenio estético plasmado en piezas de excelente factura pictórica.
José Manuel Peña sigue apostando por la calidad en las muestras que ofrece.

 
 

 

 

 

 


domingo, 21 de octubre de 2018

M. GÓMEZ LOSADA EN MÁLAGA


JUGANDO CON LA INTELIGENCIA

Autor: Miguel Gómez Losada. Título: Romanza. Lugar: CAC de Málaga. Fecha: Hasta el 25 de noviembre.
Introduce el pintor la trama conceptual que sustenta su obra en composiciones plásticas de estética, y técnica, tradicional. Aparecen sus cuadros como ajados por el tiempo, en un ambiente de colorido apagado, neutro, sin altibajos, monótono, congelado en su proceso temporal, expuestos para la contemplación de las ideas desarrolladas por el artista.
Miguel Gómez Losada desarrolla una pintura figurativa, centrada en la estética académica de principios del siglo veinte. En ella introduce un mundo artificial, en el que la mujer es el motivo único y central, resaltando su figura, los embates de su existencia, apareciendo ésta representada de forma pasiva, o ignorando al espectador, casi hierática, en una postura fija para ser retratada, en espera que pueda el observador descifrar el mensaje que quiere trasmitir, también en una danza interminable o absorta en una contemplación inexpresiva. Es la mujer presentada por sí misma y ajena al resto, sólo ensimismada en su intimidad, en un mundo recogido, irreal, fuera de la rutina existente, buscando otra alternativa liberadora.
Las piezas elaboradas por Miguel Gómez Losada poseen colores equilibrados, de tonos cálidos, acogedores, pero de aspecto fenecido, casi rancio, en perfecta pulcritud, conservados en el tiempo, bajo una pátina que simula el depósito de los días. En una pieza introduce, como una revelación, la ruptura del orden cromático, rasgando la superficie de color con una veta grisácea clara, donde contrapone la vida mundana con la arcaica y agrícola, llena de magia y tradición oculta, simulando proponerle a ambas opciones otra alternativa.
Esta muestra posee gran interés por el retorno a la pintura tradicional desde planteamientos del academicismo conceptual, pues el autor prescinde de un amplio catálogo explicativo, dibujos, pastiches y objetos reutilizados para organizar un escenario decorativo, donde el espectador participe en la obra. Por contra ofrece que se integre en su interior, jugando más con la inteligencia que con la representación.














jueves, 18 de octubre de 2018

HERNAN BAS EN EL CAC DE MÁLAGA



SOBRE LA SOLEDAD, LA ILUSIÓN Y EL VACÍO

Autor: Hernan Bas. Título: A Brief Intermission. Lugar: CAC de Málaga. Fecha: Hasta el 9 de diciembre.

Es una aventura visual la propuesta por Hernan Bas, artista norteamericano inmerso en la soledad de la persona. Su obra es una repetición constante de la soledad en el camino de la existencia, búsqueda obsesiva sin meta ni sueño de conseguir satisfacción alguna. Otras veces aparecen los individuos tras la senda de ilusiones efímeras, burdas mentiras capitaneadas por seres burlones, cayendo en el vacío como ángeles que se dirigen al abismo del fondo infinito.
Sus seres cohabitan intentando descubrirse, afianzarse, mostrar sus diferencias con el resto, eso es lo que los une, quieren ser ellos mismos.
Desarrolla sus escenas en un medio confuso, abigarrado, mundo vegetal espeso, en tierras pantanosas, ríos umbrosos o lagos perdidos, descrito como manchas perfiladas, donde el color prima sobre el dibujo. Imprime un cromatismo aséptico, frío, de sensación alejada, que contrasta con espacios de colores intensos, pesados, de tonalidades oscuras o apagadas, moldeado todo de gamas verdes. Son curiosos los casos en el que introduce algún dorado evanescente símbolo de esperanza, señal equívoca, reflejo en las aguas, como signo de su realidad, pero inaprensible.
Herman Bas posee un estilo que sugiere una sólida conjunción de estéticas históricas de las vanguardias del siglo veinte. Prima el culto a la persona de la figuración norteamericana, impregnado de un deje decadente, con atmósfera surrealista, expresado con técnica de ilustración. El pintor digiere estas estéticas pictóricas para organizar un modo plástico personal, interesante, rico en inteligencia plasmada, incisivo y de gran impacto visual.















viernes, 12 de octubre de 2018

ANTONIO MONTALVO EN CONDES DE GABIA

EN UN MUNDO FENECIDO

Autor: Antonio Montalvo. Título: Bajo un sol de ceniza. Lugar: Sala Alta, Palació de los Condes de Gabia (Granada) Fecha: Hasta el 20 de enero de 2019.

La pintura como la poesía sirven al artista para expresar sus inquietudes, ajenas al devenir común de la existencia cotidiana. Antonio Montalvo usa un estilo peculiar de creación pictórica para desarrollar un espacio onírico, en el cual se adentra en las brumas de miedos y senderos hacia la luz de la verdad que sostiene la realidad. Es un indagación metafísica, en la que reflexiona sobre la vacua ambición deshecha en la nada, en la insustancialidad de la aparente hermosura, en el sentido de lo absurdo. Busca una consciencia distinta, descifrando las imágenes de la fantasía. Este universo explorado vela la plenitud de la luz, que aparece sujeta por las sombras, signo de la duda sobre su validez tangible. En el trayecto intuitivo por los paisajes de sueños y alucinaciones, el autor va reflejando, en cada una de sus piezas, los sucesos que rompen la racionalidad del relato, constituyendo el conjunto una serie de imágenes que ilustran las estancias imposibles, proponiéndolas como accidente paradójico que invita a la reflexión, ruptura de la lógica y visita a las salas donde reina la fantasía, en su forma descarnada, aislada, silenciosa, ensimismada en sí misma, apresada en sus circunstancias, alejada de la plenitud solar, del aire fresco y acción vital. Se encuentra con una atmósfera cargada, donde los seres allí presentes están obligados a representar continuamente la misma escena, no hay escapatoria para ellos.
Antonio Montalvo estructura su propuesta en una producción de intenso sabor clásico, en su confección como en el puesta en escena, introduciendo la marca del tiempo, en las superficies desvaídas de brillo y colores vivos. Consigue modular el ritmo que trascurre por el conjunto de las piezas expuestas, creando un espacio contagiado del ambiente existente en el interior del cuadro. Hay escenas inquietantes, que por sí solas generan una historia presentida, en otros casos generan miedos, si no pensamientos sobre la inutilidad de la ilusión que aguarda las horas. Logra el pintor construir un trabajo plástico original, de poderoso contenido intelectual, sustentado en la historia clásica de la pintura, reelaborando el sentido de los bodegones, retratos, composiciones artísticas, todas sin apenas soplo de ánima. Reconstruye el concepto de la plástica con materiales ya usados por otros, alcanzando a construir piezas de gran interés, pues posee inteligencia para ello, dominio del oficio y capacidad creativa.




























sábado, 6 de octubre de 2018

CARMELO TRENADO EN CÁDIZ

LA IMPRONTA DE LA ESENCIA


Autor: Carmelo Trenado. Título: Momentos. Lugar: Galería Benot, Cadíz. Fecha: Hasta el 20 de octubre.

Carmelo Trenado se somete al dictado de la intuición en su obra última. Retiene la esencia del instante, el aroma cromático que se graba en la memoria. El pintor transcribe estas improntas visuales en cada una de sus composiciones, desarrollando un relato sobre la percepción fugaz, el edificio en ruina que es el recuerdo, pues poco a poco va deteriorando la imagen, desvaneciendo sus rasgos originales, los perfiles y limpieza de lados y vértices, para concluir en una mole informe, restos que posee algún eco de su pasado, siendo difícil suponer el estado original que poseía.
Las piezas que presenta Carmelo Trenado contienen un colorido que causa una sensación distante, no invita a la pasión, surgiendo como aparición fría, envuelta en una atmósfera húmeda, algo enigmática, propuestas como una adivinanza al espectador, para que complete la escena con su imaginación, lleve la imagen del cuadro hacia la realidad que construye y supone, organizando su propia historia. Las creaciones plásticas de Carmelo Trenado ofrecen lugares de tonalidades apagadas, pesadas, oscuras, donde se presiente el misterio, lo desconocido, la inquietud que aguarda, significando las vías de escape introducidas por el autor para incorporar la magia que rodea todos los momentos de la existencia, el capricho del destino en sus decisiones azarosas, lo ilógico en una realidad que quiere se racional.
Los momentos expuestos por el pintor son situaciones relatadas a través de la pintura, donde éste experimenta las sensaciones vividas con las luces de los reflejos de la escena evocada. Su obra es compartida por el observador, percibiendo un trabajo que trasmite liviandad, frescura, vaporosidad, paso veloz por la mirada, el cual ha dejado un rastro tenue en la memoria, y sin embargo, al proyectarse en las piezas, están impregnadas del destello sensitivo del autor, comprendido por quien lo observa, pues porta lugares comunes del recuerdo colectivo.