martes, 28 de septiembre de 2021

UN CUADRO INTERESANTE


EL ESTUDIO DE VENETSIÁNOV

El cuadro “El estudio de Venetsiánov”, de su discípulo Fiodor Slavianski, es una obra que entraña una curiosidad creciente cada vez que se observa. Posee una estructuración espacial, organizada desde una perspectiva algo descentrada, que permite contemplar la decoración de la estancia, el ambiente dominante, el curso de las horas, ayudando a suponer como es la estancia contigua, así como incitando a conocer su exterior. Crea una evolución visual desde el interior más oscuro hacia el espacio luminoso, siendo el camino inicialmente lento, reposado, en la penumbra acogedora del tiempo que agota su movimiento, mostrando al maestro Alekséi Venetsiánov, recostado en un diván, bajo una pintura. Aparecen esculturas y espejos en la estancia, lugar de trabajo de este pintor. Este artista fue uno de los iniciadores de la nueva pintura rusa del XIX. la cual rompió con la influencia europea, desechando escenas bucólicas y pastoriles, olvidando la mitología y los temas galantes, para incorporarse en un movimiento nacionalista, influido por el romanticismo, en el cual quería descubrir la esencia del pueblo ruso, su verdadera alma eslava, a través de escenas campesinas, de gente sin la belleza y apostura de la pintura neoclásica. Destaca en sus paisajes la inmensidad de los campos, los grandes bosques, la plenitud de vida, sin olvidar las raíces de sus gentes, la miseria, su pasión religiosa, la historia nacional de pervivencia ante las hordas orientales, los días de trabajo, la intimidad humilde de sus hogares. También las escenas burguesas, sus preocupaciones y normas, la rutina de una vida ordenada, o estampas de una alegre estancia hogareña.
Pero volviendo al tema del cuadro, presenta esta obra un ritmo ascendente, pasando del sopor de los instantes de reposo en el estudio hacia la habitación contigua, donde entra con fuerza el último rayo de sol, en las horas perezosas que anteceden al ocaso. Es allí donde la mirada se multiplica, repasando el mobiliario, queriendo adivinar qué hay en los laterales. Es una habitación de esplendor momentáneo, cálida, tranquila melancolía en la privacidad de sus moradores.
Cuando se llega a la cristalera de la ventana la mirada se hace fugaz, quiere salir al exterior, adivinando una calle bulliciosa, en una ciudad donde nunca pasa nada. Mas la inquietud ha sido introducida en la mirada. Este cuadro imanta al espectador, lo incorpora en su interior, haciéndolo transitar por sus dependencias, incentiva su fantasía, para atraparlo en ese instante. Es una obra magnífica, que encierra altas dosis de magia.






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