EL
ESTUDIO DE VENETSIÁNOV
El
cuadro “El estudio de Venetsiánov”, de su discípulo Fiodor
Slavianski, es una obra que entraña una curiosidad creciente cada
vez que se observa. Posee una estructuración espacial, organizada
desde una perspectiva algo descentrada, que permite contemplar la
decoración de la estancia, el ambiente dominante, el curso de las
horas, ayudando a suponer como es la estancia contigua, así como
incitando a conocer su exterior. Crea una evolución visual desde el
interior más oscuro hacia el espacio luminoso, siendo el camino
inicialmente lento, reposado, en la penumbra acogedora del tiempo que
agota su movimiento, mostrando al maestro Alekséi
Venetsiánov, recostado en un diván, bajo una pintura. Aparecen
esculturas y espejos en la estancia, lugar de trabajo de este pintor.
Este artista fue uno de los iniciadores
de la nueva pintura rusa del XIX. la cual rompió con la influencia
europea, desechando escenas bucólicas y pastoriles, olvidando la
mitología y los temas galantes, para incorporarse en un movimiento
nacionalista, influido por el romanticismo, en el cual quería
descubrir la esencia del pueblo ruso, su verdadera alma eslava, a
través de escenas campesinas, de gente sin
la belleza y apostura de la pintura neoclásica. Destaca en
sus paisajes la
inmensidad de los
campos, los grandes bosques, la plenitud de vida, sin olvidar las
raíces de sus gentes, la miseria, su pasión religiosa, la historia
nacional de pervivencia
ante las hordas orientales, los días de trabajo, la intimidad
humilde de sus hogares. También las escenas burguesas, sus
preocupaciones y normas, la rutina de una vida ordenada, o estampas
de una
alegre
estancia hogareña.
Pero
volviendo al tema del cuadro, presenta esta obra un ritmo ascendente,
pasando del sopor
de los instantes
de reposo en
el
estudio hacia
la
habitación contigua, donde entra con fuerza el último rayo de sol,
en las horas perezosas que anteceden al ocaso. Es allí donde la
mirada se multiplica, repasando el mobiliario, queriendo adivinar qué
hay en los laterales. Es una habitación de esplendor momentáneo,
cálida, tranquila melancolía en
la privacidad de sus moradores.
Cuando
se llega a la cristalera de la ventana la mirada se hace
fugaz, quiere salir al exterior, adivinando una calle bulliciosa, en
una ciudad donde nunca pasa nada. Mas la inquietud ha sido
introducida en la mirada. Este cuadro imanta al espectador, lo
incorpora en su interior, haciéndolo
transitar por sus dependencias, incentiva su fantasía, para
atraparlo
en ese
instante.
Es
una obra magnífica, que encierra altas dosis de magia.
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