NOCHE
DE PAZ E INOCENCIA
T.S.
Eliot en su poema “El cultivo del árbol de Navidad ”
(1954) decía que: “ Existen
diversas actitudes en relación con la Navidad,/ y de alguna de ellas
podemos hacer caso omiso:/ la social, la torpe, la manifiestamente
comercial,/ la bulliciosa (los bares están abiertos hasta la
medianoche),/ y la infantil, que no es la del niño/ para el cual
cada vela es una estrella, y el ángel dorado/ desplegando sus alas
en la copa del árbol/ no es solamente un adorno, sino un ángel.”
El
primer recuerdo de la Navidad es
el
que prevalece, los años de la niñez, cuando la fantasía es la
única explicación posible. El tiempo es perezoso en
esa edad, le es
difícil
a los instantes pasar al siguiente, cuando
en
el vacío de la estancia fluye multitud de seres y paisajes,
proyectados por el pensamiento infantil, tomando forma en los objetos
que le rodean, así como también apareciendo como entidades reales
en su mundo visual. Es
por lo el poeta dice “El
niño se maravilla ante el árbol de Navidad:/dejadlo que continúe
con ese espíritu de maravilla”
No
es sólo el primer recuerdo, sino la suma de todos aquellos de la
infancia y juventud, cuando la lógica cultural aún no ha
prendido
en el pensamiento de la persona, sujetando los sueños. Incluso si no
se han tenido esas experiencias felices, envueltas en la magia de los
primeros años, la Navidad proyecta su influjo a través de los
niños,
cuando se les
ve
felices, al compartir con ellos esos momentos dichosos. También deja
su huella
las celebraciones con los amigos de juventud, amistad auténtica, que
siempre marcará nuestros recuerdos.
Siempre
permanecerá la luz de la Navidad en las vidas de los adultos,
llenando de nostalgia sus horas de celebración, alimentando su llama
en esos días, reviviendo historias, momentos, seres desaparecidos,
envolviendo el recuerdo de sensaciones gozosas, dando igual si se
está sólo o acompañado, en esa Noche de Paz, tranquilo con las
rememoraciones que el pensamiento sugiere, aspirando el aroma de
aquellas vivencias que la imaginación nos traslada al presente.
El poeta lo explica muy bien: que esos
días
“no
sean olvidados en las experiencias posteriores,/ En la fastidiosa
rutina, la fatiga, el tedio, / el conocimiento de la muerte, la
conciencia del fracaso,/o en la piedad del converso”
Llega
la Navidad, tiempo de fantasía y buenas intenciones, cuando la
mirada inocente asoma en el recuerdo, ajenos a los duendes que
quieren entristecer la fiesta, pues no es la rutina, ni el pretexto
de pasarlo bien quien preside el momento, sino el renacimiento de la
persona a través de su mirada infantil.
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