domingo, 12 de diciembre de 2010

TARDE DE SAN ANDRÉS

Mientras el sol agonizaba, paneles y postes metálicos lanzaban explosivos destellos en heroica lucha con el gris manto que iba extendiéndose por doquier. El brillo áureo, destilado solar, cubría e inundaba la forma entera de los cuerpos metálicos, diluyendo sus volúmenes para perfilar figuras nuevas, que configuraban un fantástico escenario, donde el dorado triunfal cede paso al oro viejo, con rojizas tonalidades y verdes radiantes que aderezan el espectáculo.
Arden, tiemblan y viven, comunicando en su canto final la gloriosa jornada transcurrida, siendo este momento de belleza que se derrama por los campos, gemido melancólico del ocaso luminoso, que impregna la mirada de emocionante delirio visual que trasciende la retina.
Este extraordinario instante sacude el espíritu y transporta hacia mundos etéreos, en un estado gozoso que adivina lo insustancial del universo. Todo arropado por el torrente exprimido de la luz del instante final, convirtiendo en espacio acogedor y amable los campos que  me circundan.
Oro viejo que muta en ocre hasta diluirse en el vacío. Y ahora no hay nada... la luz se ha escapado y el gris ocupa su lugar, que fluye entre árboles, piedras y arbustos.Casas montañas, nubes y cielo tras el disco dorado, ocupando su lugar la oscura faz de la noche. Las tinieblas quieren atravesar el velo de la tarde, el frío condensa el ambiente, luces aparecen en el horizonte, temblorosas, melancólicas y anodinas. Es hora de recogimiento y reflexión. Un hálito de soledad nos rodea; otro universo donde la mirada se extingue toma asiento.
El frío se hace más intenso, mientras lentamente las luces inseguras de los edificios perdidos en la campiña toman fuerza, estrellas brillan en el cielo. La noche ha llegado.
Solo en el coche, me aíslo en mis pensamientos.

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