domingo, 21 de agosto de 2022

CRISTO EN EL DESIERTO, DE IVÁN N. KRAMSCOI

 

CRISTO EN EL DESIERTO

La pintura del siglo XIX alcanzó cotas de soberbia perfección, siendo sus protagonistas principales los pintores rusos de la Sociedad de Exposiciones de Artistas Itinerantes. Fueron estos artistas un grupo inconformista con el academicismo imperante en las artes plásticas, que iniciaron un camino creativo propio.
Uno de los impulsores de dicho movimiento fue Iván Nikoláyevich Kramscói, 1837-1887, quien se enfrentó a los cánones imperantes en la Pintura de la Academia Imperial de las Artes, de San Petersburgo, por lo que le valió su expulsión de dicha institución. Kramscói poseía ideas democrática revolucionarias, e influenciado por el romanticismo dirigió su mirada hacia la esencia del alma rusa, la cual veía sometida al poder zarista y las modas occidentales. Buceó en el espíritu de pueblo eslavo, a través de los retratos de todo tipo de gentes de diversas clases sociales, pero prefiriendo siempre al campesino ruso, detentador de las tradiciones más antiguas de su cultura. En los retratos de siervos y campesinos, refleja en sus cicatrices, y faz ajada, una vida de privaciones y trabajo, iluminando en sus ojos el sometimiento secular de su existencia. Pero traslucía en sus pupilas signos de vida, fuerza y ganas de ser hombres libres.
Fue tal la calidad alcanzada por Kramscói en su producción artística, que logró ser reconocido entre los mejores, junto a sus compañeros de la Asociación, traspasando las fronteras, superando otras producciones del realismo europeo de aquellos años.
Kramscói llegó a ser considerado como uno de los grandes retratistas de su época, llegando a pintar al zar Alejandro III, así como a otros miembros de la aristocracia.
Pero en su trabajo plástico sobresale, y eclipsa al resto de su obra, “Cristo en el desierto”.
Esta es una pieza limpia, descarnada, en la que se sitúa a Cristo en medio de un páramo inhóspito, pedregoso, bajo un cielo suave y monótono. Aparece en plena reflexión, en las horas crepusculares, antesala de la oscuridad, absorto de su entorno, en una soledad absoluta, plasmado en su rostro un sufrimiento infinito, de espaldas al mundo de los deseos, que se supone tras el horizonte. Muestra su Divinidad en la posición insólita de una piedra, objeto de su mirada, que desafía las leyes gravitatorias. Su dibujo es preciso, cortante, consiguiendo otorgar existencia real al entorno, aplicando un colorido de tonos tranquilos, sin estridencias, en un ritmo que simula eternidad, pues todo parece detenido.
Obra magistral, genialidad de un gran pintor.









martes, 2 de agosto de 2022

KENOPSIAS. HUELLAS DEL SILENCIO

 

EL VACÍO VENCIÓ AL TIEMPO FELIZ

La pintora sugiere espacios silentes, vacíos, estancias que recuerdan a viviendas antiguas hace tiempo sin ser habitadas, lugar de abandono y olvido. En ese escenario surge la curiosidad, el misterio, la evocación del recuerdo, latente en sus paredes y rincones..
Marisa Álvarez Aguilar, Córdoba 1973, profesora en la Escuela de Arte de Granada, tiene en su currículo una relación artística con Almería, tierra donde ha expuesto en varias ocasiones. En la actualidad puede ser contemplada parte de su propuesta “Kenopsias. Huellas del silencio” en la galería almeriense Acanto, lugar en el que tuve un encuentro con la obra de esta artista, cuya intensidad visual me llamó la atención, la profundidad del relato contenido, en el que se percibe una lírica sencilla e intimista, así como la calidad plástica de las piezas expuestas.
Marisa Álvarez Aguilar explora en sus piezas las estancias deshabitadas, las huellas de los antiguos moradores, el flujo infinito del silencio, exponiendo una metafísica del vacío, en el cual la mirada se difumina, navega y vuelve de nuevo a su inicio, iluminando la esencia de la realidad.
En esta representación espacial la artista utiliza la luz para definir las dimensiones, convirtiéndola en instrumento develador del pulso tranquilo de las horas, que transcurre por los espacios, rebota, y esparce, hasta confundirse en las paredes, techo y suelo. En este encuentro es cuando aparece el resplandor del universo invisible que ocupa las habitaciones, cubiertas de luz, que camufla la realidad del tiempo eterno, encerrado en una danza que se repite sin fin. Muestra la pintora este relato de forma sobria, con limpieza visual, sobre una estructura geométrica, en la cual la claridad y el latido oculto de la estancia llenan de contenido la comprensión de la obra, haciendo cómplice al espectador de la escena propuesta. Las creaciones de Marisa Álvarez Aguilar generan pensamientos diferentes cada vez que se observan, encontrando la mirada motivos antes no percibidos, nuevos enigmas, o historias no pensadas. La persona y el cuadro recrean un diálogo distinto en cada contemplación, encontrándose en la nada, sumida en una reflexión continua, donde la nostalgia de los tiempos de plenitud eran triunfantes, pero el vacío lo suplantó con su presencia.
Evocación en la mirada, emoción ante la revelación, libertad de pensamiento, destellos del pasado, afloran en la memoria del espectador, trasmitiendo las composiciones de esta autora fuerza contemplativa, belleza y serenidad en el recuerdo.