viernes, 1 de mayo de 2020

LA PINTURA DE SILVESTRE


RECORDANDO A SILVESTRE

La Almería profunda, y eterna, es captada en la obra de Silvestre Martínez de Haro (Huércal Overa, 1947-1993). Este artista trabajó la estética de la pintura almeriense, donde la luz, la tierra y sus gentes son los protagonistas, expuestos sobre el fondo de la tradición mediterránea.
Pero Silvestre ahondó más allá de la realidad, pues se internó en las sombras salvadas de la luz, e incluso en las entretelas de las capas luminosas, resaltando la dureza de una existencia vencida por el trabajo y la resignación ante la existencia. Supo ver en los brillantes campos sometidos a la fuerza del Sol, donde una contemplación literal cantaría la alegría de la luz, la tristeza de la soledad, el silencio, el susurro de historias mágicas contadas, convirtiendo la luz en bruma que oculta.
Se adentró en los espejismos del paisaje, extrayendo las leyendas de sus habitantes, relatadas frente a una triste lumbre esperando las horas de la madrugada, para averiguar qué encierra la noche en los campos, en sus montes y arroyos, en los cortijos abandonados, ruinosos, envueltos en un halo de misterio.
En unas obras describía la forma de vida de los campesinos de tiempos no muy alejados, la reciedumbre de sus costumbres, la sencillez de sus casas, los pobres cultivos, el combate diario por subsistir, expuestos sus personajes, y moradas, con dignidad, pese a la apariencia humilde que los define. Hay algunas piezas en las que describe el universo tenebroso de las creencias populares. Recuerdo una soberbia composición, que está colgada en un Centro educativo de Cantoria, donde representa la procesión de ánimas, en un entorno triste, limpio de verdes y vida, sólo ellos, que van hacia una ermita encalada, abandonada en la vastedad de la nada.
Pero Silvestre penetró en el misterio que la luz mediterránea oculta, desvelando los genios que anidan en las noches rotas por el viento ululante. Dibuja seres que emergen de la memoria de los tiempos, esquemas de los paisanos, batarros como los llamaba, que allí existen, cuando vagan ensimismados, encerrados en sí mismos, escondidos en un rincón, o posando indolentes ante la imaginación del pintor.
Silvestre poseía un trazo denso, descarnado, de cromatismo profundo, conjugando gravidez, que se arraigaba en sus solares, con una ligereza perezosa, logrando crear un cosmos de intensa sensación. Este creador plástico, transcendió las raíces pictóricas de sus inicios hasta encontrar un estilo propio, que traduce muy bien los arcanos de la Almería eterna.







































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