Vibración armónica en la mirada surge al contemplar la obra de Alejandro Hermann. Elegancia y sensibilidad se conjugan dando apariencia amable a su obra. Pasado un tiempo sumido en la observación del contenido acotado en ella, aparece un torbellino de sensaciones varias, que inunda el entendimiento y atrae la mirada. En el lienzo subyace un cosmos de contradicciones varias, que generan tensión en sus cuadros y le da cuerpo y fuerza como producción artística viva. El ser y la nada, caos y orden, la forma definida y la descomposición absoluta, fuerza que todo engloba y destruye, reposo y movimiento continuo que muta sin cesar, relato del tiempo que consume la totalidad a su alcance, constituyen las ideas centrales en la mayoría de las piezas expuestas. Sus cuadros poseen un murmullo interior, que susurra al espectador la melodía patética escondida tras los pliegues de la belleza aparente. En algunas piezas juega con el sosiego del transcurrir inane que se esfuma en el vacío de la memoria, en un entorno melancólico decadente, envueltos en áureas evanescencias que ciegan el intelecto, haciendo objeto principal de la mirada la figura colocada por el pintor.
La obra de A.H. relata la pasión escrita en el lienzo, fulgor explosivo unas veces, y en otras, momentos fríos presos de la incertidumbre... en toda ella se describe la raíz de la vida misma, la contradicción de la existencia, la fórmula mágica de la Creación, como si de una narración cabalística fuera. Su pintura posee energía tremenda, elegancia expositiva y belleza en la mirada, asentada en un complejo entramada metafísico, construido con una poderosa técnica, producto de la hábil dicción plástica del autor y de la experiencia plástica que posee, resultado de largas reflexiones y estudios sobre la expresión gráfica de las ideas y de la búsqueda de los tonos cromáticos adecuados, unido a la sensibilidad artística del pintor.
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