jueves, 24 de diciembre de 2020

EL BOSQUE MÍSTICO DE LA CATEDRAL DE GRANADA

Dibujo de Manuel Ruiz

La Catedral de Granada esconde en su intimidad signos del Mundo Celeste, glorificación arquitectónica de la vía sugerida por el constructor hacia la salvación. Diego de Siloé pensó en el esplendor de la gloria, iniciando un recorrido hacia una experiencia mística, superando la rudeza de las piedras, ya domadas por el cincel, configurando un espacio impregnado de sensaciones espirituales, que extraen el ánimo de la fugacidad terrenal.

En su interior se percibe un clima apacible, el peso de su sombra, la amplitud de su cobijo, la eternidad de los momentos fugaces, que se congelan nada más son. El orden percibido en su construcción descubre la repetición de elementos arquitectónicos, la eterna letanía que se encierra en sí misma, circulo visual que invita a la extinción de la percepción mundana, es una senda hacia el encuentro espiritual.

Diego de Siloé transpuso en su obra el laberinto del Oasis tupido, espejo de la noche del Alma, preludio de la madrugada. Creó un espacio donde el espíritu se anonada, pierde su importancia, sometido a la grandiosidad del vacío interior de la Catedral, que le confiere etereidad a las estancias, libertad y disponibilidad para ser llenado de la verdadera sabiduría. Es un espacio sosegado que invita a la contemplación, en un ambiente de resonancias rítmicas, expresión de un oasis de vida, en medio del páramo desolado de la realidad. Espacio protector, en la penumbra de su arboleda pétrea, donde la diafanidad de la estancia crea un lugar para la reflexión, de alejamiento del mundanal ruido, esperando el encuentro con la Trascendencia. Organizó el constructor un universo espeso, barroco, de columnas como troncos y vegetación geométrica congelada en las piedras. Pasillos silentes, de repetición estética concentrada en sí misma, peso en su estructura, resistencia al cambio, y amplitud aérea en su interior, que invita al vuelo hacia las alturas. Posee una visualización profunda, de trazado recio, que exprime la imagen para extraer las esencias que el concepto del arquitecto encierra en la estructura. Se genera una sensación de efecto pulsante, por el vaivén presentido del techo, hacia la tierra y el cielo.

Es un bosque exuberante, de solidez pétrea para reflejar la eternidad, la inmutabilidad del tiempo, el resplandor de la figura del Amado, presente en toda su inmensidad, mas es difícil encontrar, esquivo a la mirada, quedando sola el alma. Soledad agobiante, en la noche de la vida, buscando la senda hacia la Luz.

El techo, con sus adornos entrecruzados, nos induce una sensación de orden en la complejidad, de grafía simbólica que guarda el secreto de la Salvación. Impresiona su imagen, en caída y ascensión simultáneamente, pequeñez e insignificancia de la existencia ante la obra del Creador, y liberación ascendente de la persona, escape hacia terrenos inmateriales, ajenos a la contingencia del tiempo. El arquitecto esconde en cada rincón de la Catedral signos visibles, sólo presentes a los espíritus reflexivos, abandonados en su camino interior hacia la Luz. No diseña en balde Diego de Siloé, sino que escribe una crónica críptica, donde relata el mensaje místico de la estructura del templo, construyendo sobre él otro invisible, eterno, entorno espiritual espejo de los tesoros del alma que allí contiene. La escritura simbólica de sus cenefas, y filigranas ornamentales, encierran el mensaje del arquitecto.

Noche estrellada, cristalina, imponente. El peso del firmamento cubre, protege, y permanece fijo, en una armonía estelar, símbolo de la perfección, de la eternidad de la repetición infinita. Diego de Siloé imprimió estas sensaciones en la superficie pétrea, en la organización de los espacios, enmarcando las bóvedas, en los detalles repetitivos que se suceden y cierran sin fin. El Universo inmutable, la perennidad de la Creación, es representada en la Catedral, códice del secreto divino, libro escrito con grafía arquitectónica, grabados, rincones perdidos, que potencian y sorprenden al visitante, anulando su entendimiento, sometiéndolo a un mar de sensaciones. Es un diseño inteligente, simbólico, de profunda sabiduría, donde están plasmados el Cielo y la Tierra, imagen especular. Pero es una imagen engañosa, pues la perfección celeste se refleja en la realidad terrestre presa de la temporalidad permanente. Cambio e inmutabilidad, transito de los fieles y perpetuidad de la piedra. Es hábil el artista al interpretar estas ideas y trazarlas en sus planos, surgiendo un bosque místico representado en ella, pues desarrolla sus detalles en una lectura visual, trascendiendo la mera construcción para expresar el misterio encerrado en sus paredes, pasillos y columnas.

Se desprende fuerza en su observación, tensión, anudamiento, explosión triunfal gozosa de libertad aérea, abierta a un cielo organizado, soportado por las sólidas columnas, símbolo de la Fe, unión con la Tierra, energía vibrante que hace retumbar rítmicamente la estancia, llenándola de rumor presentido, de cánticos adheridos a sus paredes, reciedumbre que se transforma en clásica elegancia en su exterior.





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