lunes, 1 de noviembre de 2010

HORAS MÁGICAS

Atardecer áureo transformante en rojo cárdeno, en el teatro sereno de un paisaje frío, preludio de una noche cristalina.
Bancos de nubes sobre el horizonte, crean el contraste para convertir el instante en un fascinante cuadro de belleza sin par. Amarillo oro que envejece hasta el rojo, apagándose por el frío. Las nubes inflaman su algodón, para convertirse en cenizas etéreas.
Justo antes de hundirse en el quebrado horizonte, brilla intensamente, explotando e hinchando su luz hasta inundar, de forma hiriente y penetrante, todo aquello expuesto a su faz. Como canto de cisne, epílogo del día; cántico triunfal de esperanza.
Traspasando las fronteras del infinito, luz agónica que palidece hasta quedar sumergida en las brumas, el sol descansa, cierra sus ojos abandonando el reino telúrico a la espesa capa de la oscuridad invernal. Escondido entre las rocas, viaja hacia el imperio subterráneo, en su cotidiana aventura órfica, para transformarse tras la madrugada.
Mientras, el reino oculto de la noche con leves ascuas oteadoras de sus misterios, sienta sus leyes. Lo que antes era real pasa al mundo de la fantasía.
El silencio como fondo transporta legión de sonidos amenazantes unas veces, advertidores del acecho fatal otras.
Las maravillosas estampas que muestra la naturaleza, con sus colores tenues verdosos amarillentos, han ido difuminándose, acabando presa del torrente oscuro esparcido sobre el cielo.
La pérdida de la luz, de los brillos y reflejos que sitúan al ser humano en el embriagador entorno de sensaciones, hace que un sentimiento de pérdida y desorientación surja en él, la realidad es sustituida por un mundo desconocido, donde cualquier hecho es magia y aventura. Sólo se siente, intuye y piensa pero no hay imagen. La revelación y sabiduría
que porta la luz es añorada, buscada esperando su retorno.
Sumidos en el hogar de la lumbre, ídolo solar, depositario del poder transformante y vivificador, pacientemente transcurre la noche.

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