jueves, 14 de agosto de 2014

UNA TARDE DE AGOSTO


UNA TARDE DE AGOSTO

  
El sol se sumerge en el horizonte, ahogando el mar su resplandor. Las nubes arden y se inflaman fugazmente, para convertirse en naves plomizas que surcan el firmamento, velando la luz a su paso hasta esfumarse.  Las escenas van sucediéndose apaciblemente, luz que agoniza, brisa suave, mar en calma, virando la templanza del ambiente hacia el denso frío vestido de humedad, cuando anochece. Todo transcurre tranquilo, las olas se agotan sigilosas en la playa, sin querer hacer ruido, la tarde pasa y la noche muestra su faz oscura, apagándose la bóveda celeste lentamente, deslizándose los momentos en el suave murmullo que los sentidos perciben
El  sol se funde en el horizonte, extinguiéndose. En ese momento sus rayos se derraman por el mar, esparciéndose en toda la superficie que abarca, transformándose en oro incandescente que hierve en las crestas de las olas, chispea y deslumbra, tras cuya explosión fulminante se apaga lentamente, pasando a oro viejo, y tras el breve rayo verde de la despedida solar, en cobrizo mutante hacia un mar de bronce, que permanece en las horas plañideras del día, hasta ensombrecerse y palidecer, para desaparecer en las brumas grisáceas del anochecer. En esta sucesión alquímica la luz juega con múltiples tonalidades, sedosa, brillante, caótica, en una coral de ondulaciones cuya conjunción compone una melodía apacible y melancólica.
La luz fue absorbida por el mar.  La tarde transcurre...hasta agotarse.

 

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