La
mañana se despereza bañada por el cálido abrazo de la luz, luz tímida que se
introduce entre las oquedades de los edificios, cuando asoma en el horizonte,
que en el paso de las horas irá asolando toda la faz de la ciudad, sometiéndola
al tórrido influjo de su esplendor.
En estas horas de la mañana la luz vigorosa, que tímidamente
se abraza a los edificios, sumerge en el sopor del calor creciente, que empapa el ambiente, llevando
a la postración del día, tranquilo, meloso, pesando las horas en su discurrir. La mañana crece, induciendo fuerza en el ánimo,
transcurriendo hacia el abrasador sol del mediodía, triunfo de la luz, cuando
el color explota y se expresa en tonalidades infinitas, escanciando su esencia en
los sentidos. Plácida visión, tranquila, reposada y plena de belleza.
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