EL MAR DE SORROCHE
Mar espeso, frío y áspero, enemigo
de aquellos que osan internarse en su infinito azul. José Sorroche,
Uleila del Campo, 1955, pinta el escenario de la aventura del
tránsito del estrecho. No hace falta plasmar en sus piezas los
personajes en su viaje incierto, sólo es necesario describir el
mundo marino extenso, de profundo color intenso, sometido a cielos
amenazantes, que preludian oscuridad, tormenta inminente, superficie
rota y encrespada, de montañas acuosas que se deshacen tras su
inmensidad. Pero esa amenaza permanece escondida en los nubarrones,
en los grises grávidos que surcan en la plenitud del azul tranquilo.
El mar es visto desde la orilla cuan
halo poético, belleza repleta de nostalgia, rememoraciones de sueños
y leyendas, héroes y epopeyas, mas la realidad es otra, los héroes
son gente corriente, con ansias de vivir, engañados por el rutilante
brillo de una quimera ofrecida como paraíso, ilusión trabada en la
meta final.
Entre las nubes triunfa las
radiaciones solares, en su cántico último de la jornada, luz de
esperanza, de sueños que se desvanecen ante los hechos de relatos
verdaderos, expuestos como melodía feliz.
José Sorroche ahonda en su figuración
hacia las formas que se desdibujan por la fuerza cromática de la
composición, Es ella quien va desarrollando el ritmo contemplativo
de cada pieza, simulación abstracta de la realidad, comprendida como
tal por el orden de la paleta usada, siendo su diferente disposición
quien dicta los tiempos del relato propuesto por el pintor.
Consigue este artista ofrecer el tema
que sostiene su obra desde una perspectiva alejada del drama, hecho
invisible que surge en la reflexión ante la contemplación de la
imagen marina. En ésta se ocultan las historias sucumbidas en su
interior, apareciendo al contemplarlo como misterio, presencia
poderosa, belleza lírica que juega con la luminosidad del
firmamento, su meteorología presentida, la solidez de la imagen. El
mar aparece espeso, pesado, mole amenazante, que en su oscuridad azul
avisa de su tiempo permanente, siempre está ahí, todo pasa en la
orilla y el mar, con sus misterios, historias de anhelos ahogados y
aventuras, en sus horas crepusculares.
El dorando luminoso insiste por
resistir en el firmamento, entre nubes y oscuridades, explota su
brillo, pero éste se difumina, perdiéndose en la tristeza de las
horas, convirtiendo su influjo en un canto triste, antesala de su
extinción. La esperanza de la luz se pierde en la noche presentida,
el presente optimista es sucedido por la luz olvidada.
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