EL COLOR DEL INFIERNO
Autor:
Jordi Díaz Alamà. Título: Del infierno al purgatorio. Lugar:
Galería Ojos del Barroco, Granada. Fecha: Hasta el 21 de junio de 2025.
El artista controla los tiempos del
color, el pulso que su influjo encierra, ya que es quien dirige el
ritmo de la escena, las sensaciones que se condensan en cada una de
sus piezas. Juega con una amplia variabilidad en sus tonos, siendo
ardientes, espesos, intensos, agobiantes, lacerantes, ocupando todo
el espacio percibido en la pieza. Otras veces imprime una luminosidad
difusa, ajena a la calidez, sin origen, que completa todo el espacio,
neutra, insustancial, grisácea, dentro de la cual se desarrolla los
mundos ambicionados portados por cada uno de los condenados. Hay
otras composiciones donde el peso de la oscuridad sienta su
presencia, siendo la alimaña desgarradora símbolo de la condena
presentida, en los perdidos allí sumidos en la ausencia de la luz.
Campos infinitos, sin hitos tangibles a la mirada, sólo oscuridad,
olvido y dolor.
Jordi Díaz Alamà
(Granollers, 1986) nos muestra una obra soberbia, en la que plasma el
Infierno de Dante, según sus pesadillas y ensoñaciones. Lo expresa
de forma vibrante, teñida de pavor, soledad y olvido. En sus piezas
todas las pasiones humanas descansan su presencia, reflejando la
futilidad de los deseos y ambiciones, lo evanescente de las
grandezas y riquezas que la existencia ofrece. Al final, desnudo cada
uno se presenta tal cual, según sus méritos, estando en el averno
aquellos ligados aún a sus pasiones, dolorosos por su pérdida,
sometidos a un tormento indefinido. Hay piezas en las que la causa
lacerante no aparece, sólo están plasmados los seres solitarios, en
un abandono rotundo, desasosiego punzante, sin esperanzas, dejados en
el olvido de los espacios de la nada. En otras, son comprendidas las
causas de las penalidades por el pintor expuestas.
Consigue este artista componer estos
paisajes gracias al dominio del lenguaje cromático, que dirige toda
la trama desarrollada en cada composición. Sabe incorporar la
modulación tonal adecuada para simular un tiempo detenido, extraído
del ritmo que lo agota, siempre el mismo, perpetuidad ajena al
desarrollo de la realidad, pues en este Seol todos están sometidos a
las penas de sus pasiones, desasosiego eterno, hiriente, cortante,
sin solución. No abusa de estos efectos el pintor, sin caer en un
barroquismo estético, sino que lo expresa con equilibrio, con torsos
bien delimitados, abandonados a su ocaso. Poseen sus figuras un poso
de clasicismo en su representación, llevados hacia el límite de la
exuberancia, mas sabe J. Alamà
controlar esa frontera difusa, consiguiendo así el efecto buscado.
En sus piezas, juega con un fondo que viene desde la abstracción
para conjugarse con el realismo de las figuras, pues quiere describir
la disolución de la razón en el mar hirviente del caos, confusión
absoluta, cuando la soberbia de querer ser, sustituto de la
divinidad, se diluye en la humildad de la extinción. Esta resonancia
obtenida en su creación plástica, es lo que da fuerza a toda su
obra, demostrando la habilidad, e inteligencia, que sostiene la
producción pictórica expuesta en esta excelente propuesta.
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