Brillos
del otoño ido
Era el centro elegante. El lugar de las
perfumerías
con sillas delante del mostrador, el lugar de los
sastres
y de las sederías donde te tomaban medida para un
abrigo...
¿Te acuerdas mamá, de aquellas tardes? En los
autobuses
azules de dos pisos yo siempre quería ir arriba, en
el asiento
delantero, que era como un panorámico ventanal al
mundo.
O abajo, en el asiento más cerca de la puerta, con
su
aislada barra blanca, asidero y columpio de quienes
entraban
y salían, como se entra y se sale en la beatitud del
mundo...
Con mi abrigo azul cruzado y una boina también
azul.
Tú y yo, elegantes, camino del médico o
de las
tiendas caras. Camino del que
querías que fuera nuestro mundo,
pues lo sentías tuyo...
Yo dichoso sin saberlo y tú
íntimamente desdichada.
Yo entretanto, como de juego, al mundo
perfecto,
y tú en serio, jugando a que nunca hubieses
salido...
Mucho tiempo después, llorando, me dijiste una
tarde
que ninguno de los dos habíamos sido felices.
Tan
cierto y tan falso como es todo. Tan falso
y tan cierto como que
aquel mundo de señores
dejó de existir, tan cierto como que lo
traicioné
después que me escupiera o que tú nunca
hallaste,
mamá, al hombre de tus sueños, al caballero que
reinase
en aquel mundo contigo. Y sin embargo estuvimos allí,
tu
con tus pieles y yo con mi abrigo azul cruzado,
comprando
perfumes y merendando tortitas con nata,
cuando los taxistas
llevaban uniforme y se dirían charolados
los azules autobuses
de dos pisos, un Madrid tan sofisticado
que tú y yo -y casi
todos los demás- nos lo creímos.
O quizás a ti no te hizo
falta creértelo, pues lo tuviste.
Yo me lo creí. Yo, que
llegué una tarde en autobús de dos pisos...
Celebración
mediterránea
Dicen los maldicientes: ¡Qué poco le
queda a Miguelito!
Fue rey -como tantos- de unas horas: Cinco o
seis primaveras.
Poca cosa. El tiempo se lo lleva. ¿Quién
recordará su edad maravillosa?
También yo tuve envidia
de tu belleza pura. Y de tu alegre vida,
sobre todo, negada a la
tragedia. Favorita del dios. Sin angustia ni sombra.
¡Qué
hermoso verte riendo por las noches! Sábado o lunes: la vida es
perfecta.
Yo en ti pensé mi
vida coronada. Pero un símbolo no vale a la vida.
Te imaginé
en amor, en dicha, en compañía. Curándome
la
soledad inhabitada.
¡Qué vano fui! Tu corazón no tiene
corazón. Eres el sol radiante a
mediodía.
No hagas caso de las malas lenguas. Tú eres
solo presente,
sólo ahora. El tiempo en tu sonrisa se va por la
cloaca.
Cuando sea viejo
de intención ya lo soy- pensaré
en ti: Minuto de luz divina, entre la nada.
El
viaje infinito del arte moderno
Dicen
que se quedaba en silencio.
Largas horas. En silencio.
Se
llama sufrir. No es agua muerta. Un pantano
en silencio. Hay
vértigos adentro.
Una sierra eléctrica, brutal, que zumba a
veces.
Y no lo sé. Sufrir. Y de repente
Las piernas
del Idilio de
Fortuny. Como voz de vida.
Y hablaban interminablemente
después.
¿Quién dijo la palabra motriz? ¿Qué dices cuando
dices, etc...?
Te juro que me tiene sin cuidado.
Lo que
quiero es ser feliz,
solo algo más que mantenerme en
pie.
¿Saber? También saber. Y joder. Y mirar cuadros.
Pero
apenas nunca ocurre.
¿Hablo? ¿Digo?
Largas horas.
Fatiga.
Dijo: El Estado, nos está masacrando el Estado...
Y
ella le miró delicadamente, anochecía:
Creo que esa luz rojiza
está intentando decirnos lago.
La tarde dichosa
Era
una edad de libros y de escasos placeres.
Yo no pude, por tanto,
haber sido uno de ellos,
y es otra cosa más que el Tiempo me
adeuda.

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