COHEN SALIÓ DE LA GALERÍA
Vals cadencioso, largo, susurrante,
dolorido, apasionado, íntimo, palabras que explotan en su
comprensión, poesía cantada. El recuerdo de Cohen queda patente a
través de esta melodía, sobre la cual cabalgan los juegos de
palabra lorquianos. Cohen y Lorca, Cohen y Granada, Cohen y poesía,
ritmo sedoso, oscuro, resguardado de la galería de escarcha, lugar
doloroso donde se desarrolla la existencia. Pero Cohen no está
triste, es poesía pura, cantada y penetrante, seductora forma de
incorporar, en el desenlace del plano ondulado de los sentidos, la
pasión, el pulso de las horas añorantes, en la penumbra, cuando se
suspira por la persona amada. Leonard Cohen se ha ido, pero nos deja
su vals, su amistad con Morente, su conexión con Federico. Sigue su
palabra flotando a través de sus canciones, todas conectadas por el
tronco común de una voz seca, recia, que se abre para ser escuchada
como brisa suave, tranquila, sólo dispuesta para ser degustada con
lentitud, parsimonia, estrofa de vibración etérea, musicalidad
portada en la letra, reforzada por la tonalidad del poeta cantante,
Cohen en estado puro, lírica musical de profundo sabor lorquiano.
Apacible transcurrir de la palabra, expresión rítmica, que
trasciende el anclaje de los momentos, para liberar el pensamiento
hacia espacios de encuentros luminosos, en estancias acogedoras,
solitarias, pasadas por la nostalgia. Cohen y poesía, sugerente y
eterno. Sus canciones son como cuadros de tonos oscuros, veteados de
claridades cuan chispazos que rompen la monotonía de la escena.
Manchas cromáticas equilibradas que crean una composición
melancólica, tremendamente llena de vida pasional.
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