domingo, 30 de enero de 2011

LA TORRETA DE CANTORIA

Indolente al azote del tiempo resiste erguida aún la Torreta, silenciosa silueta vigía de ocultos enemigos que en otras épocas ensombrecían la vida del pueblo. Permanece solitaria rodeada de vacío, olvidada y presente, ya no dice nada, es sólo un elemento más del paisaje de Cantoria.

En otros tiempos era figura orgullosa y altanera, perfil triunfante sobre el árido contorno presa de fieros invasores. Sus piedras brillantes, vibrantes fulgores que transmiten la fuerza de las entrañas de la tierra, participan en los bravos embates de las gestas guerreras, de heroicos defensores de su solar, cubiertos por la sólida costra de su fuerza pétrea. El mudo espacio circundante cubre un estruendoso griterío de batallas sin fin, donde fantasmas y espectros combaten con denuedo en lucha infinita, sin vencedores, solo lucha y rumor de combates, apresados en el círculo telúrico que su presencia define. Son reflejos de sus piedras, que están empapadas de todos los espíritus, ánimos, desasosiegos, temores y locuras que con ella, y por ella, fue la historia depositando, imprimiendo en cada una de sus rugosidades las estampas con que la fugacidad del tiempo ha ido plasmando, transmitiéndolas como radiaciones a todo aquel bajo su influencia.

Es invierno y el silbido del aire envuelve su silueta. Como una triste letanía se repite una y otra vez, relata continuamente las gestas por ella presenciada, no tiene prisa, todo el tiempo es suyo, está fuerte todavía y seguirá en los siglos, aunque desmoronada ya aparezca como su hermana del Cerro Castillo. El aire silba, ¿o acaso es el grito dolido del guerrero agónico? suenan metales que chocan entre sí, ¿ es el aire o recuerdo del trasmundo? El aire silba, silba y en su soledad será el único sonido que inunde el paisaje.

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