viernes, 7 de enero de 2011

A TRAVÉS DEL FRÍO

Sin avisar, sin haber sido invitado, su presencia en forma de capa cristalina de aire helado se ha hecho presente. En el gélido ambiente invernal, deambulamos en un espacio cortante totalmente opuesto a las jornadas caniculares.

Las aceras brillan, rezuman el frío que las cubren; pasear por ellas se hace sólo necesario, surgiendo la tentación, y por qué no, el deseo de penetrar en los múltiples oasis cálidos que el camino nos ofrece.

Este tiempo nos revela, en las cenizas de aquello que fue verde exuberante, la trascendencia del momento, de que la belleza también es apreciada por el contraste de su ausencia. No hay belleza sin un paisaje presa de su abandono, el recuerdo se transforma en mito, saberlo interpretar nos conduce al mundo del arte.

Los bares, refugio del caminante, se convierten en puntos de encuentro y espera. Sumidos en la viscosa atmósfera de tabaco y aromas danzantes; mientras las fauces oscuras de la noche muestran su predominio, y pasamos las horas recordando aquellos esplendorosos y vibrantes atardeceres, presumiendo futuras estancias llenas de anhelos gozosos en los instantes explosivos de luz triunfal del tiempo que aguarda.

La situación sirve como pretexto para concentrarnos en nosotros, mostrarnos tal como somos, intimando con el compañero de viaje en la etapa diaria a través de la espesura fría de los días invernales. Buscamos y damos calor, establecemos férreos lazos que tras la noche serán recuerdo.

En estos días la lumbre en la chimenea, ídolo en su hornacina, evoca jornadas cegadoras llena de vida renovada, colores, brillos y truculencia.

Somos en fin, elementos transportadores de sensaciones, reflejo del cambio continuo que opera en nosotros, herméticos en nuestra esfera temporal, carentes de posibilidad alguna de escape. Sólo nuestra mente construye la fantasía de la realidad, para evadirnos en el momento que llamamos mágico.

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