SÓLO JAZZ
Acostado un domingo por la tarde, viendo como las luces van difuminándose hasta ser penumbra, siento pasar el tiempo, pero no me preocupa, estoy a gusto, sumido en una atmósfera acogedora, sintiendo cómo una una tenue y suave balada de jazz va arrebatándome, que como una línea recta pierde su forma adoptando sinuosidades ondulantes, resonantes de la melodía.
Ton, ton, ton...oigo el soporte rítmico sobre el cual va fluyendo ese sonido tam maravilloso que domina mi ser. Una y otra vez se repite la misma meodía, sonando diferente cuando la oigo de nuevo, enriqueciéndome más, como alimento espiritual que sacia plenemente.
Sus inflexiones, ascensiones y caídas hacen que vibre, sumergiéndome en esos sonidos libres asociados y sienta la plenitud del instante, liberado de las ataduras cotidianas. Esto es jazz, emoción, sonidos espontáneos surgidos del alma de quien los interpreta, que penetran en los espíritus abiertos a modo de saetas, prendiendo en ellos un fuego devorador.
Hay momentos en que el jazz se convierte en corriente electrizante que inunda el ánimo, hasta seducir los sentidos; cuando aparece la melodía con la auténtica clave sinérgica que espolea , revoluciona, arrebata, embriaga e introduce en el mundo onírico del ritmo todo mi ser, preso de las fluctuaciones de los altos y contrastes, que convierten en un cuadro brillante, impresionista y dinámico, si la música fuera color, esa melodía.
El jazz es así; por eso en la oscuridad ya de la hora, me siento perdido en un oceáno de bellas sensaciones.
La tarde transcurre, mas yo hace largo tiempo que me apeé en la estación del jazz.
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