Se vislumbra lejos, en una carretera acompañada de pitas mortecinas y lozanos palmitos, reino de la soledad. Tierra batida por el viento y acariciada por la luz; luz transgresora, que empapa, llena y satura la mirada haciendo que las formas exploten en un cromatismo salvaje, mostrando una reverberación exultante, en un paisaje sometido al silencio, roto a veces por el
murmullo de las olas.Alguna vez la quietud es profanada por un lagarto que disfruta de su reino.
El hombre se encuentra a sí mismo; en este paraje no existe distracción alguna ante su mirada, sólo la piel descarnada de una brava superficie, la dura faz de la tierra y el baile de las vibraciones lumínicas, que fluyen victoriosas por el llano baldío. Luz, soledad, huella del tiempo. Cabo de Gata, espacio de espejismos, reducto del pasado.
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