lunes, 12 de septiembre de 2011

REGRESO A TIERRA BALDÍA: TIEMPO DE MAGIA Y ESPERANZA II

LUZ Y TIEMPO
Ignacio Antonio expone en la Sala A de Caja Granada

Libre de natura jamás tomaré
Forma corpórea de cosa alguna natural,
Sino formas como aquellas que el orfebre griego
En oro forjara y esmaltara
Para mantener despierto al somnoliento emperador;
O para cantar sobre la rama dorada
A las damas y señores de Bizancio
Lo que pasó, está pasando o pasará.

Del poema Navegando hacia Bizancio, de W.B. Yeats.

Luz que transcurre, luz que desvela, luz que abriga, luz que acaricia, luz que gravita, luz que encierra, luz que define, luz que canta, luz que acota, luz que descubre, esplendor áureo, eco del momento inicial.
Siempre ella aparece, pues su ausencia es la nada, negación absoluta de la imagen, oscuridad que oculta nuestra realidad. ¿Es ésta la única presente? En la luz viene transcrita todas sus posibilidades, ofreciendo universos probables, quizás tangibles, sólo el tiempo o la fantasía del intelecto los podrían hacer posibles. El tiempo encierra nuestras vidas, condenándolas hacia el abismo de la inanidad, borrando con sus zarpas los rasgos de la memoria. Apacible y silenciosa se adueña toda, cuando despertamos es el final, descubrimos la verdad que soporta el universo material. Y la luz siempre presente, palpita y cubre objetos, edificios y personas, mientras su halo declama victoriosa el triunfo de su permanencia. Al principio fue la luz, y al final también... No hay escapatoria, el flujo de su fuerza recorre la mirada. Aunque ésta no sepa descifrar su presencia, ¿o acaso aparentamos ser ciegos ante su permanencia? Tiempo y luz, tiempo y cambio, cambio y caos, luz y permanencia, ese es el nervio que recorre la imagen comprendida por la consciencia.
Ignacio Antonio explora en sus últimas creaciones las tramas ocultas que las claridades encierran, atrapándolas, recreándolas y depositando su impronta en cada una de las piezas que elabora. En ellas la realidad se describe encerrada por el nervio energético de la luz, que delimita y aprisiona la existencia comprendida, sugiriendo otros mundos presentes, microcosmos que componen la totalidad de lo creado, pudiera ser acaso una ilusión. Estamos atrapados a su imperio, parece decirnos. Sus obras reproducen la deformación que el espacio sufre ante la presencia de la fuerza lumínica, cuyas ondulaciones fluctúan a través de toda la obra, generando interpretaciones varias.
Y el color siempre venciendo ante la contingencia matérica, empapando la mirada del espectador, consiguiendo mostrar el torbellino cromático que encierra el flujo envolvente que difumina existencias puntuales. Todo es vano, nada se escapa al transcurrir del tiempo, pero la luz siempre está presente. Al
principio fue la luz, y al final también. El pintor experimenta, trabaja y reproduce en cada composición la idea central que mueve su obra, persigue el rastro que su paso produce. Creaciones que recrean aquello que sólo es intuido y percibido por las miradas que exploran el reverso de la imagen. Investiga constantemente, preso del desasosiego, no conformándose por disfrutar las cotas adquiridas, pues busca la huella del relámpago inicial de la creación, Verbo hecho energía, para relatarnos lo que contempla al mirar el entorno. Consigue en sus composiciones recrear la imagen palpitante de la percepción, traspasándola a un espacio tridimensional, logrado gracias a su habilidad y técnica adquirida por su incesante estudio de la expresión plástica. Supera toda la creación anterior por él realizada y propone nuevas formas de abordar la dicción pictórica, resolviendo con originalidad escollos que muchos no se han atrevido a enfrentarse, o no han sido capaces de planteárselos.
Ignacio Antonio enseña una maestría y oficio que genera optimismo en el árido panorama plástico granadino, contándonos su visión de la existencia con un lenguaje pictórico bello y elegante, asequible únicamente a los verdaderos artistas. Parece un espejismo en Tierra Baldía.



LAS MÁSCARAS DE LA VIDA

Melchor Peropadre en la galería Ceferino Navarro

Universo poético relatado con gracia y soltura, así es la obra que presenta Melchor Peropadre. Desde una concepción clásica de la pintura prosigue por su senda particular, para relatarnos escenas irreales, presas de la apariencia, tras cuyos personajes se ocultan vidas anónimas. Nadie es quien representa, todo es puro teatro. Así es la realidad, es lo que comunica en las piezas que muestra. El rico colorido que vive en sus cuadros se adueña del dibujo, recreando un ambiente denso, pesado, como telón de una escenificación dramática, evitando desvelar lo que de verdad existe. Así es lo que nuestra mirada percibe al contemplar el entorno, ilusión aparente, vacua, evanescente, la realidad es burda y anodina. La belleza se disfraza burlona, hay que engañar las penalidades, el tiempo que cuenta sus pasos, la tristeza que empapa el poso de la continua frustración de no ser dioses inmortales. Hay que escenificarlo todo, mostrar aquello que se aspira, recrear el tiempo dorado de existencia feliz. M. Peropadre expresa todos estos pensamientos con una solución estética brillante, en un océano bravío de color, poderoso y desbordante, que se sustenta en un dibujo preciso de hondas raíces clásicas, como he indicado al principio, convirtiendo en divertimento pleno de belleza el trabajo plástico realizado, fulgurante que quiere aparecer despreocupado. Donde las figuras de grávida presencia permanecen en continua tensión entre forma y cromatismo, que tiende a escaparse de los límites que las formas imponen. En medio de ese caos de tonalidades varias, el gesto se erige en protagonista, logrando relatarlo el pintor con soltura y claridad, consiguiendo que sea su impronta la esencia del recuerdo que el contemplar su obra ha depositado.
Miradas tristes, que actúan ajenas a sí mismo, intentando huir de su cotidianeidad, es la imagen que acompañan los cuadros colgados. La habilidad pictórica de Melchor Peropadre ha sido capaz de explicar en los lienzos todas estas reflexiones. Prosigue el pintor con un estilo ya iniciado antes, pero que se supera en cada cuadro que compone. Clase, elegancia y técnica se aúnan para describir la producción plástica de este artista.


CORREDOR
Juan Antonio Corredor en la Sala A de Caja de Granada

De la dureza del monolito de apariencia sólida surgen figuras ávidas de existencia independiente, que claman su personalidad propia, liberadas de las ataduras que la materia les imponen. J. A. Corredor expresa en cada uno de sus cuadros la soledad de los seres, que perdidos en un universo tedioso y gris buscan la mirada salvadora que los rescate del olvido. Moles informes, que se transfiguran y caracterizan hasta convertirse en seres con una naturaleza independiente, que reclaman su espacio, historia y liberación del manto opresor que el lienzo ofrece.
Parte J.A. Corredor de una concepción plástica clásica par adentrarse en un espacio sólo a él asignado, producto de una dilatada experiencia pictórica tras disfrutar largas horas de experimentación y gozo creativo.
La dureza de sus líneas se disuelve en el gesto adusto de los seres que da vida, convirtiéndose en expresiones de pasión, portadoras de una historia particular, que piden la atención del espectador para que se convierta en cómplice de su liberación del rectángulo enmarcado. Figuras que bien pudieran ser bocetos de esculturas, que este artista consigue elaborar con genio compositivo superior, liberando en un océano matérico la levedad del semblante, mostrando unas veces dolor, felicidad..., serenidad. Lo consigue este pintor con facilidad técnica, ya que la fuerza de su trazo deposita parte de su fuerza en los seres que da vida. Construye un escenario dentro de cada cuadro, en el cual desarrolla a través del portento de su mano existencias independientes, que brotan de un tronco común y se esparcen buscando establecer un universo propio. Fuerza, gravidez, soledad, desgarro y esperanza son los componentes que agitan las figuras plasmadas, pues Corredor nos declama el agobio íntimo que la incertidumbre de la trascendencia suscita. El pavor se transfigura en cántico de esperanza, grito desgarrado que quiere ser tintineo armónico que pertenece a la música del cosmos. Así es la gran obra de este pintor, de poderosa dicción y maestría, soledad y permanencia, eternidad
en el cambio, esperanza y rebeldía. Impronta del artista que enseña los paraísos por la magia de su obra alcanzada.



EL LENGUAJE DE LOS CIELOS
Miguel Angel Guerrero en Xauen

Cielos, imágenes que cada mañana presiden nuestras jornadas que adornan los recuerdos potenciando los sentimientos que en cada una existieron. Melancolía, tristeza, alegrías, plenitud de vida o tediosos instantes, son el poso que dejan en cada instante rememorado.
Cielo y libertad, cielo y plenitud, compañero inseparable, cuadro dinámico que aparece diferente cada vez que la mirada aprecia su inmensidad. Azul etéreo compañero inseparable de nuestras vidas, obra de arte que muta continuamente mostrando nuevas composiciones, donde la belleza, tristeza y soledad se suceden, combinan o se baten entre sí. Espejo de los sentimientos que anidan en el alma humana.
Miguel Ángel Guerrero quiere expresar en sus composiciones el lenguaje de los cielos, transcribiendo las olas cromáticas que los recorren, su frío o calima tórrida, la hora del día. Describe sus circunstancias, las ráfagas de claridades que atraviesan sus espacios,
cuando el áureo esplendor revienta y arrasa su entorno, creando una cascada luminosa de mil tonalidades, derramando sensaciones de belleza, murmullos de los dioses.
Este pintor domina la técnica del color, sabiendo expresar su lenguaje, captando lo que los resplandores le susurran, desarrollando una obra actual, donde el juego de azules, dorados, ocres y grises se combinan, atendiendo las posibilidades infinitas para elaborar composiciones, donde la ausencia de formas definidas no es obstáculo para expresar la realidad verdadera, totalizadora de cualquier imagen, pues cubre con su manto todo, es testigo de lo que acontece en el mundo.
Demuestra este pintor que es posible crear obras originales donde la figuración pasa a un segundo plano, siendo el color y sus densidades cromáticas, esparcidas al azar en el rectángulo enmarcado el elemento central del cuadro, obteniendo como resultado composiciones originales.
Exposición agradable de contemplar, de buena construcción pictórica que se expresa en obras bien elaboradas.

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