martes, 19 de julio de 2011

MEDIODÍA EN JULIO



Ráfagas brillantes crean una neblina aúrea que ciegan la mirada, en medio de estridentes destellos que navegan sin rumbo en  una espesa atmósfera opresivamente cálida.  Sólo luz, luz vibrante que vela todo, cuerpos y piedras, abriéndose en las múltiples tonalidades que su espectro contiene, derramándose por el espacio. Demasiado para los ojos, pues el torrente lumnoso anega el páramo desierto.

La luz no se diluye, sino que se  condensa tras ser derramada por el sol, que azota sin piedad con un oleaje bravío la reseca superficie,  acantilado inerme y estoico que aguanta las radiaciones abrasadoras, generadoras de un entorno árido de aire inflamado que sofoca y consume, aprisionando a todos aquellos que están en ella.

Juguete de esta radiante marejada me encuentro a la deriva, luchando por escapar de los dardos ardientes.

Espacio de espejismos, temblor visual que genera fantasías, aislándome del tiempo real en un mar luminoso, que sofoca y aletarga. Luz triunfante, luz hiriente, luz opresora,  que sienta su fuerza en las horas del mediodía.


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